martes, 13 de mayo de 2008

Un día en la vida de una indigente afgana

Aqelah comienza su jornada al alba cuando la mayoría de la gente aún duerme. Prende el calentador para hervir un poco de agua, se lava y ora. Luego, prepara el desayuno para ella y su hijo de 13 años antes de ir a su trabajo de limpiadora. Aunque esa rutina matinal pueda parecer relativamente normal, su vida difiere bastante de aquella de sus iguales. Aqelah forma parte de los más de 200 residentes del marastoon (término pashto que significa hogar para indigentes) de Kabul. Estos hogares fundados en 1929 por Mohammad Nader Shah, rey de Afganistán, para ayudar a los pobres y las personas sin techo, hoy en día, cuentan con el apoyo de la Media Luna Roja Afgana (MLRA). Actualmente, un total de 380 personas viven en hogares de cinco filiales de todo Afganistán siendo el más grande el que se encuentra en el recinto de Kabul de la MLRA. Tragedia y temple Aqelah lleva más de una década viviendo en la sección familiar del hogar de Kabul; en 2002, murió su marido que tenía 65 años, tragedia personal precedida de otros dramas. “A los siete años contraje una enfermedad infecciosa, el médico diagnóstico varicela... Varios meses después, mi vista empezó a disminuir poquito a poco hasta que me quedé ciega. Ese hecho horrible cambió completamente mi vida”, cuenta Aqelah. Tres años más tarde, cuando tenía 10, su padre murió en un accidente de auto. Posteriormente, su único hermano fue secuestrado durante la guerra civil y una de sus hermanas murió en la explosión de un cohete en Kabul. Después que quedó ciega, su madre le enseñó a cocinar y limpiar la casa, así como otras tareas de las que tendría que ocuparse cuando fuera esposa y madre. “Como perdí la vista, no podía ir a la misma escuela que los demás niños y fui una escuela para ciegos. A diferencia de ellos, empecé mi escolaridad a los 23 años y seguí estudiando hasta los 32, cuando me casé con un hombre que también tenía una discapacidad: había perdido una pierna en el conflicto interno de Kabul. Cuando empezó la guerra civil a principio de los 90 me quedé sin trabajo.” En 2004, Aqelah tuvo la oportunidad de empezar a trabajar en un liceo público para ciegos. Limpia las aulas y prepara el té y el desayuno para los estudiantes. Aunque no ve, se sirve de sus otros sentidos para asegurarse que todo esté limpio y en orden. Fuera de su trabajo, su hijo suele ayudarla en las tareas del hogar. “En la escuela aprendí a diferenciar los sonidos que me rodean. Cada objeto tiene cierta resonancia que me ayuda a reconocerlo e identificarlo. Mi instinto es verdaderamente agudo, lo que me ayuda a hacer mi trabajo y desplazarme.” Un futuro mejorAl igual que los demás niños que viven en el marastoon, el hijo de Aqelah beneficia de los varios cursos y la formación profesional que se imparten gratuitamente: inglés, carpintería, informática y matemáticas. Fatima Gailani, Presidenta de la MLRA señala que además de ofrecer un techo a las familias vulnerables, estos hogares abren la puerta a un futuro mejor. “Quiero darles alguna esperanza no sólo en el corazón sino también en la mente. Los niños que viven en el marastoon reciben educación gratuita... Si logramos darles alguna esperanza, entonces, los padres tendrán menos de qué preocuparse pues sus hijos serán más independientes”, explica la Sra. Gailani. Aqelah está totalmente de acuerdo en que la educación y la capacitación que recibe su hijo “sin duda alguna le ayudará a conseguir un puesto cuando esté en edad de trabajar”. El mismo piso de la sección familiar vive Nasimeh que lleva dos años en el hogar. Al igual que Aqelah, es una mujer fuerte que tuvo que superar muchas dificultades a lo largo de su vida. “Tengo 32 años, una hija y dos hijos. Mi marido era técnico de la construcción. Una mañana, hace varios años, se fue a trabajar y nunca volvió... Después de su desaparición, mi suegro no me permitió seguir viviendo en su casa, así que no tuve más remedio que venirme del este a Kabul, donde me crié”, cuenta. A su llegada a la capital, Nasimeh empezó a trabajar de costurera en una organización no gubernamental que luego cerró y se quedó sin trabajo. No logró encontrar ningún otro para sustentar a su familia y decidió instalarse en el marastoon. “Llevo dos años buscando trabaja y no he tenido suerte… No hay muchas organizaciones dispuestas a emplear a una viuda y las empresas dirigidas por mujeres que también emplean mujeres son contadas en Afganistán,” explica Nasimeh.Tres meses por año, gana algún dinerito trabajando de panadera en el hogar que emplea cuatro grupos de mujeres en distintos períodos del año. Ganan Af 3.000 (casi USD 60) por mes. El resto del año, divide su tiempo entre la búsqueda de empleo, el cuidado de sus hijos, las tareas domésticas y ocupándose junto con las demás familias de limpiar la residencia, los baños, la cocina y el jardín. “Además de mis deberes de madre también tengo que ser un padre para mis hijos porque no quiero que sientan su falta. Creo que llegará el día en que mis hijos me ayudará. El mayor de los varones, que tiene 10 años, quiere ser médico y mi hija que tiene 12, periodista”, añade. A pesar de las dificultades que atraviesan, Aqelah y Nasimeh dicen que les alegra que sus hijos puedan asistir a los cursos y tener un lugar decente donde vivir. Oportunidad de aprender “El marastoon es como una familia de la que todos formamos parte, por lo tanto, cuidamos unos de otros”, comenta Pakizeh Raz administradora de la residencia. “Estos hogares ofrecen la posibilidad de construirse una vida... Nuestros cursos de formación son muy útiles y hemos obtenido resultados pues más de un residente consiguió trabajo y logró independizarse”, añade. Precisamente, ese es el objetivo: ayudar a personas y familias para que puedan independizarse. Aunque encontrar trabajo no es fácil, disponer de ciertas competencias acrecienta las probabilidades. “Queremos apoyar a los residentes. Nuestra meta es que se sientan orgullosos de lo que pueden lograr y que adquieran el sentido de independencia”, concluye Pakizeh.

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